viernes, 5 de noviembre de 2021

Vasili Kandinski pintando “Curva dominate”




Vasili Kandinski pintando “Curva dominate”en su estudio con vistas al Sena, en Neuilly-sur-Seine el año 1936.

París fue el destino final para este artista, un destino marcado por la soledad y nuevamente la incomprensión de un sector del mundo del arte. Instalado con su esposa Nina en un moderno apartamento con vistas al Sena, en Neuilly-sur-Seine, recomendado por Duchamp, el maestro retomaba su camino: “París, con su maravillosa luz (sedosa e intensa), ha suavizado mi paleta: hay otros colores, otras formas completamente nuevas y algunas que no había utilizado en años”, escribía en 1936 a Alfred Barr, director del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Pero su recibimiento dentro del escenario artístico no fue el merecido. Dominado en su mayoría por el surrealismo, muchos de los grandes maestros de la vanguardia se negaron a recibirle, despreciando su maestría. No obstante, el ruso también marcó sus distancias alejándose de todo lo asociado con el cubismo, al que consideraba simplemente como un momento de transición hacia una abstracción mayor y más pura. Y negándose a exponer con los surrealistas.



Fue el español Joan Miró el artista que más cercano estuvo de Kandinsky en este su último periodo. Compartieron afinidades estéticas y vitales, así como rivalizaban en elegancia, aunque el ruso superó al español: dicen que Kandinsky no abandonaba su traje de chaqueta ni para pintar. “Recuerdo sus pequeñas exposiciones en la Galerie Zack y en la Galerie Jeanne Bucher, en el Boulevard du Montparnasse. Sus gouaches me llegaban al fondo del corazón, se podía, al fin, escuchar música al mismo tiempo y leer un bello poema. Eso era algo mucho más ambicioso y profundo que el frío cálculo de Sectión d’Or”, recordaba Miró.


Joan Miró el artista que más cercano estuvo de Kandinsky en este su último periodo. Compartieron afinidades estéticas y vitales, así como rivalizaban en elegancia, aunque el ruso superó al español: dicen que Kandinsky no abandonaba su traje de chaqueta ni para pintar. “Recuerdo sus pequeñas exposiciones en la Galerie Zack y en la Galerie Jeanne Bucher, en el Boulevard du Montparnasse. Sus gouaches me llegaban al fondo del corazón, se podía, al fin, escuchar música al mismo tiempo y leer un bello poema. Eso era algo mucho más ambicioso y profundo que el frío cálculo de Sectión d’Or”, recordaba Miró.


LOS SONIDOS DE LOS COLORES SEGÚN KANDINSKY:

Naranja:
El color naranja refleja una sensación fuerte y radiante. Se trata de un tono grave capaz de transmitir vida. Un sonido semejante al de una campana o una viola.

Rojo:
El artista asegura que el color rojo le transmitía inquietud y una nostalgia alegre. Le recordaba a su infancia y a su feliz juventud, con un sonido similar a los tonos claros de un violín.

Amarillo:
El color amarillo irradia luz, sobresale por encima del cuadro e inquieta al espectador. En cuanto a su sonido, se escucharía similar a un clarín o una trompeta.

Verde:
Este color, según Kandinsky, evoca paz y calma, pareciéndose a aquellos tonos emitidos por un violín más profundos y tranquilos.

Violeta:
El violeta era concebido por Wassily como un color apagado y lento, de tal forma que lo relacionaba con la vejez y el luto. En cuanto a su sonido, se le relacionaba con la gaita y el fagot.

Azul:
Para el artista, el azul tiene un movimiento parecido al de un caracol dentro de su concha, lo veía como un color puro que podía ser comparado con un órgano, un violonchelo o una flauta.

Blanco:
Kandinsky hace referencia al blanco como un color que es capaz de ofrecer un mundo donde el color material se disuelve y desaparece para evocar una alegría pura. Estaba seguro de que el blanco se trataba de una pausa musical.

Negro:
Para Kandinsky el negro era el color más triste y apagado. Lo relacionaba de forma directa con el luto, la nada, y la noche. Su sonido era silencioso, como el blanco, pero en este caso tras la pausa se abría la oportunidad de comenzar otro mundo.









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