martes, 21 de junio de 2022

Alex Katz (New York,1927), pintor y escultor figurativo, es considerado uno de los precursores del arte pop. De familia hebrea, askenazi, su padre perdió la fábrica que poseía en Rusia, a manos de los soviets y emigró a los EE. UU. Ingresó en 1946 en la Cooper Union School of Art and Architecture. Su obra se caracteriza por sus composiciones planas, es conocido por sus siluetas o 'cut-outs', retratos pintados sobre madera recortada, que lleva realizando desde los años 60.



Los que generalmente identificamos con él (porque también ha pintado paisajes) son retratos en primer plano, óleos sobre lienzo, de grandes, muy grandes, dimensiones. El rostro ocupa buena parte del cuadro, los colores son planos y el fondo es neutro. Su simplicidad y falta de dramatismo resultan decepcionantes para quienes buscan en el arte la satisfacción de deshacer alguna clase de nudo.



Y, sin embargo, su monumentalidad y su franqueza resultan cautivadoras. Su cromatismo avasalla la representación, de modo que resultan una suerte de abstracción furtivamente figurativa. Y también, se desempeñan con una transparencia por la cual uno está tentado de creer que tal vez, en algún sentido, el mundo esté bien hecho.



Mucho más interesante es darse cuenta de cómo Alex Katz construyó un estilo de forma nada espontánea y sí muy deliberada, para ocupar un lugar propio y singular en la taracea de lenguajes artísticos que se traban en la segunda mitad del siglo XX.


El hecho de que su modelo haya sido fundamentalmente su segunda esposa, Ada del Moro, a la que ha dedicado más de 1000 obras, es una prueba de dónde reside el interés del artista. En definitiva, el resultado es que sus cuadros consisten en una sucesión de planos de color definidos, de colores suculentos o delicados, bellos en sí mismos. Figuras sin punto de vista ni iluminación, sobre un fondo muchas veces perfectamente abstracto.



Alex Katz construyó un estilo de forma nada espontánea y sí muy deliberada, para ocupar un lugar propio y singular

La mayoría de sus obras alcanzan entre tres y cuatro metros de ancho por más de dos de alto. Solemos asociar estas dimensiones al expresionismo abstracto americano, a los enormes lienzos de Barnett Newman y Jackson Pollock, pero esto es una simplificación.



Los grandes formatos ya habían aparecido en los Estados Unidos casi un siglo antes. Algunos de los paisajes panorámicos de Edwin Church y Albert Bierstadt compiten con ellos en tamaño (Church llegó a exponer sus cuadros en teatros, donde se entregaban prismáticos al público).



En los expresionistas influyeron de forma directa los murales de Diego Rivera (del que algunos fueron alumnos) y el mismo Guernica (3,49 m x 7,77 m), expuesto en el Museo de Reina Sofia de Madrid. Aún más: cuando Alex Katz visita por primera vez el Louvre, queda anonadado por las dimensiones de los cuadros de Veronés, Rubens y Jacques-Louis David (expresivamente, escribió: “Veronés era King Kong”).



Los críticos han elaborado varias teorías para explicar el sentido de pintar lienzos tan grandes: proporcionan la posibilidad de “entrar en el cuadro” (H. Rosenberg), dejan de ser un objeto para convertirse en una imagen, en un ente puramente visual (C. Greenberg) o, rizando el rizo, permiten que el artista sea quien habite el cuadro y se apropie de él, hasta convertirlo en una extensión de su cuerpo (Th. Hess y E. C. Gossen).


Su monumentalidad y su franqueza resultan cautivadoras. Su cromatismo avasalla la representación

No sé con cuál de estas interpretaciones estaría Katz de acuerdo, lo que sabemos es que, a finales la década de 1950, el pintor asumió que sus retratos, aunque eran de mayores dimensiones de lo habitual, nunca podrían competir con las grandes creaciones abstractas.




Y decidió hacer “pintura figurativa a la escala de los expresionistas abstractos, o sea, a gran escala. Nadie había hecho algo así, era algo emocionante”.

Pero junto a este impulso, confluyó otro, según contó el propio Katz, y fue el de hacer una pintura que pudiera competir en el espacio público, una pintura inspirada en las vallas publicitarias.


Sin embargo, pintar retratos en grandes dimensiones constituye sólo la mitad del secreto de su obra y, a mi modo de ver, la más obvia. La otra es rechazar el objetivo clásico del retrato, que era captar la psicología del sujeto. Katz es, por su parte, plenamente moderno, en el sentido de Matisse o Cézanne: aunque las caras se parezcan a sus modelos, su interés es la pintura, no la personalidad.



En ocasiones, en busca de composiciones más dinámicas, Katz realiza retratos de grupo en los que casi se puede escuchar la conversación. En otras, una misma figura se repite en distintas posturas, como en una viñeta (de este tipo son algunos de los más recientes, de 2016).

Podemos detectar, en efecto, otros puntos en común con artistas del pop, desde Lichtestein a Warhol o Hockney. la gramática de la pintura más allá del significado de las formas. Así, la vegetación ocupa la totalidad del lienzo, sin permitir que se configure un paisaje.



El neoyorkino Alex Katz, de 94 años, el artista pop vivo más cotizado, vino la semana pasada a revisar e inaugurar su gran exposición en el Museo Thyssen-Bornemisza, su primera retrospectiva en España. Las 40 obras La mayoría de grandísimo formato que componen esta muestra son una irresistible y refrescante propuesta cultural para el tórrido verano de Madrid. Hemos hablado con el artista y elegido nuestros hitos de la exposición.









Biblografía : https://www.elespanol.com/el-cultural/arte
                     

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