Joaquim Mir (1873-1940) en el año 1904 en su estudio en Mallorca pintando "La Cueva verde" fotografiado por Francisco Sierra.
Joaquim Mir debe ser tenido en cuenta como uno de los máximos exponentes del postimpresionismo español. El uso del color cercano al fauvismo de algunas de sus etapas y su indagación en el género del paisaje son sus aportaciones más significativas a la renovación de la pintura del siglo XX.
Nació en 1873 en una Barcelona donde surgiría una estupenda generación de artistas, hijos de la burguesía triunfante en la ciudad. Su aprendizaje artístico se desarrolló entre academias privadas y la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, la Lonja, en donde ingresó en 1893.
«Sólo quiero que mis obras alegren el corazón e inunden de luz los ojos y el alma». En 1928, Mir resumía así el que fue su manifiesto como artista. El color y la luz lo significaron todo para el pintor barcelonés, cuya trayectoria personal y pictórica fue extraordinaria. Con un poder para la invención como pocos en la historia de la pintura, Mir construyó un lenguaje personal que le llevó a crear una obra sorprendentemente moderna, más allá de los movimientos artísticos con los que se le ha querido asociar tradicionalmente, como el impresionismo o el simbolismo.
Su evolución artística estuvo ligada a su trayectoria vital y a los lugares donde vivió (Barcelona, Mallorca, el Camp de Tarragona, el Vallès y Vilanova i la Geltrú) y, aunque se movió entre el realismo y la abstracción, encontramos dos constantes en su producción pictórica: el establecimiento de una nueva visión de la naturaleza y la búsqueda de la belleza con un afán firme pero también doloroso.
El artista realizó sus mejores obras durante su trágica crisis mental Mir es un gran hito del arte catalán, pero su genialidad está trágicamente ligada a la locura en el periodo comprendido entre 1902 y 1910, coincidiendo con sus estancias en Mallorca y Tarragona. Antes de su enfermedad, fue un pintor de garra, bien orientado y correcto, y luego, superada su crisis mental, fue un artista lleno de jovialidad y simpatía, pero con una producción cada vez más convencional, un hecho que coincidiría con la ascendente aceptación de su pintura por parte de público y coleccionistas hasta llegar a ser, en la década de 1930, el artista catalán vivo más cotizado.
El artista desplegó toda una combinación de colores imposibles fruto de su interpretación personal de la naturaleza majestuosa. Las pinceladas se alargaron y se convirtieron en manchas que casi hacían desparecer los objetos y los referentes espaciales. Toda su vida la puso al servicio de la pintura y de la naturaleza que le rodeaba, con una pasión tan desbordante que le llevaba a arriesgarla por una tener una mejor vista desde un precipicio o a no descansar suficiente por pasarse el día pintando.
"pinto en un sitio por el que sólo paso yo y alguna bestia inconsciente. El paso, en el que sólo caben, justo, los pies, es un terraplén de rocas resbaladizas que van a parar directamente al mar. Si me fallasen los pies y resbalara no creo que volviera a hablarse de mí en el mundo de los vivos. Pero cuando se está allí, Santiago Rusiñol, ¡Qué espectáculo! A la derecha, la cala de san Vicente, a la puesta de sol roja, del color del fuego. El mar, azul cobalto, refleja aquellas rocas encendidas y queda también rojo como la sangre. A la izquierda los contrafuertes del Castillo del Rey, a contraluz, grises a la sombra. En aquel lado, el agua toma tonos de plata. Añade los morados de las algas del fondo y el de las higueras silvestres que penden hasta tocar el agua y ¡Qué cosa, Santiago! ¡Qué locura de colores!¡Están todos! Todos los de la paleta..."
Bibliografía : https://prensa.fundacionlacaixa.org
https://algargosarte.blogspot.com
https://elpais.com
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