jueves, 17 de septiembre de 2015

"Niña huérfana en el cementerio", obra de Eugène Delacroix




“Niña huérfana en el cementerio", obra de Eugène Delacroix, entre 1823-1824, con unas dimensiones 66 x 54 cm, en el Museo del Louvre _ París.

Eugène Delacroix (Charenton-Saint-Maurice 1798 – París 1863) fue el artista más representativo de la pintura romántica. Pinta de forma apasionada escenas dominadas por una poderosa imaginación, haciendo estallar la jerarquía de los géneros por la intrusión de escenas de masacre o de horror, y la composición clásica por la violenta utilización de los colores, lo cual acentúa aún más su dramatismo. Delacroix, escribe Baudelaire “era una mezcla curiosa de escepticismo, cortesía, dandismo, voluntad ardiente, astucia, despotismo, y, en fin, una especia de bondad particular y de ternura moderada que acompañan siempre al genio. 

Delacroix hace que el contraste entre la figura y el fondo sea muy marcado, para darle protagonismo a la chica. El cuerpo de ella está perfectamente delineado, mientras que el paisaje es básicamente un boceto. Aún así, el artista ha tenido la precaución de pintar las cruces bien negras y las lápidas bien blancas, para que no se nos pase por alto que se trata de un cementerio.


"Niña huérfana en el cementerio", obra de Eugène Delacroix


Delacroix hace un estudio para una de sus obras maestras: “La matanza de Quíos”, un enorme lienzo que denuncia la masacre cometida contra la población griega de la isla de Quíos por parte de las tropas otomanas en 1822, durante la guerra de la independencia. A pesar de no ser más que un estudio, la intensidad y perfección con que está pintado el retrato de esta niña lo convierten en una obra maestra.

No sabemos qué ha sucedido. El hecho de que la niña esté mirando hacia la derecha, a un punto que queda fuera del marco, excita nuestra curiosidad. La criatura está a punto de echarse a llorar. La mirada intensa y desconcertada, la boca entreabierta, la mano caída sobre su regazo, la camisa blanquísima y la ligera torsión del cuerpo, como si acabase de girarse hacia algo o alguien, hacen que veamos en ella una figura inocente y vulnerable. A los pintores románticos les apasionaba representar las pasiones y los sentimientos del ser humano. Y la verdad es que aquí, Delacroix, destacó sus máximas características.


“La matanza de Quíos”, obra de Eugène Delacroix,

Delacroix no sólo se convirtió con el paso del tiempo en el gran representante del Romanticismo, sino que fue el gran referente tanto para sus contemporáneos que se rindieron a su genialidad, como para las futuras generaciones que encontraron en él el gran apoyo para cambiar la escena artística posterior. Y es que Eugéne siempre se debatió entre la tradición y el clasicismo, pero con el constante deseo de hallar, tras las apariencias, la realidad.

Sintió pasión por su trabajo y así definía lo que buscaba, “El mérito de una pintura es producir una fiesta para la vista. Lo mismo que se dice tener oído para la música, los ojos han de tener capacidad para gozar la belleza de una pintura”.

Belleza, sensualidad, fuerza, color, observación y control definen a la perfección toda su obra, hablar de Delacroix es hablar del gran revolucionario, del gran precursor, pero también del espejo donde mirarse de grandes generaciones posteriores.








Bibliografía: Jacques Lassaigne- Maestros de la Pintura 
                    www.elcuadrodeldia.com
                              
                             

1 comentario: