La artista estadounidense Laurie Lipton nació en Nueva York en el año 1960. Desde el año 1986 vive y trabaja en Londres. Es conocida por sus tétricos dibujos y su trabajo en dibujo a lápiz. Comenzó a dibujar a los cuatro años. Se graduó en la Universidad Carnegie-Mellon de Pensilvania en Bellas Artes por el Grado en Dibujo (con honores), vivió en Holanda, Bélgica, Alemania y Francia.
La felicidad de Lipton se reduce a crear un mundo de la nada, coger un papel en blanco y verter en él su universo, con un estilo que ella misma define como “una mezcla entre Bosch, Breugal, Goya, Van Eyck y Woody Allen”.
Un peculiar cosmos donde la muerte suele estar presente. Los esqueletos son uno de sus personajes recurrentes pero tiende a intercambiar los papeles: muestra a los muertos en su forma humana y convierte a los vivos en huesos. Una especie de recordatorio. “Dibujo las cosas que me perturban en la vida y la muerte empezó a perturbarme a los 6 ó 7 años”, aclara.
“Fue un gran shock cuando murió mi madre. No sólo el hecho de su muerte, sino la forma en que las personas que me rodeaban trataban el tema. Me di cuenta de que no tenemos palabras para la muerte en nuestra sociedad. Todo se centra en ser joven y en mantener a raya las arrugas, y en estar saludable y libre de olores”, se queja.
La artista quedaría fascinada al descubrir como los mejicanos celebran el famoso Día de Muertos, en un ambiente festivo con música, cantos y bailes. “Sentí envidia por su forma de abordar la muerte”, diría. “Mi cultura huye de ella. Vivimos en la ilusión de tener todo el tiempo del mundo mientras nos sometemos a liftings y botox. Nos engañamos pensando que es algo que le sucede al resto, que sólo los perdedores mueren”.
A los cinco años padeció abusos sexuales que cambió toda su vida y su percepción de la vida. El suceso transformaría su visión de las cosas y la recluiría, conformando el dolor en blanco y negro que destilan sus dibujos. De esa indefensión con asépticos espectadores nacen algunas de sus obras más impactantes donde realiza una crítica a la generalizada anestesia emocional, como si la sobreestimulación de imágenes hubiese dado lugar a una sociedad que consume guerras, asesinatos y todo tipo de atrocidades sin inmutarse.
En ocasiones existe el estremecimiento pero es breve y no impide que sigamos comiendo sin apartar la vista de la masacre. La pantalla nos protege de la turbación, ofreciendo un aire de irrealidad a la tragedia que se entremezcla con los cortes publicitarios.
“Vivimos a través de pantallas y existimos a través de pantallas. Socializamos a través de pantallas e interactuamos entre nosotros en soledad. Todas esas cosas a las que estamos enchufados nos desconectan de nosotros mismos, de nuestras emociones y de nuestro conocimiento”.
Laurie no rechaza la tecnología pero sí su mal uso. Internet le ha permitido llegar a muchísima más gente y admite que puede servir para denunciar injusticias. No obstante, reconoce que la continua monitorización de estados no es buena. Crea una ilusión de cercanía pero al final nos despersonaliza, manteniéndonos al margen los unos de los otros.
Los personajes que observan pero sin decidirse a actuar, ocultos tras una cortina o mirando de reojo, son una de las obsesiones de Lipton. Con su arte, Lipton busca remover conciencias. ¡Despertemos!, gritan muchas de sus obras. A Laurie le duelen las desigualdades, que la riqueza se acumule en unas pocas manos o que la democracia parezca, muchas veces, un teatro con el que apaciguar a las masas. Dibuja a los líderes convertidos en marionetas y plasma escenarios derruidos mientras los poderosos se frotan las manos. Como siempre recalca, dibujar es lo mejor que sabe hacer, y con su capacidad excepcional de sobrecogimiento, intenta hacer llegar el mensaje.
Bibliografía : https://www.eldiario.es
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