"La luna saliendo a la orilla del mar" es una obra de Caspar David Friedrich (1774- 1840) del año 1822, con unas dimensiones de 55 x 71 cm. Actualmente, se encuentra en la Galería Nacional de Berlín_ Alemania.
Friedrich maduró en una época en la que crecía la desilusión en toda la clase media europea dando lugar a una nueva apreciación de la espiritualidad. Este cambio en los ideales se expresa a menudo a través de una revaluación de la naturaleza, en artistas como Friedrich, Joseph Mallord William Turner y John Constable que trataron de representar la naturaleza como una «creación divina, que debe ajustarse contra el artificio de la civilización humana.
Este óleo es parte de un par junto con "Paisaje con un árbol solitario". Ambos fueron encargados por un destacado coleccionista berlinés, el Cónsul Wilhelm Wagener, en 1822. Tras la muerte de este coleccionista, su colección pasó a ser propiedad de la Corona de Prusia, y constituye la base de la actual Galería Nacional de Berlín.
Esta obra se concibió como contrapunto a "Paisaje con un árbol solitario": el primero representa la mañana, mientras que el segundo representa el ocaso. Mientras que en el primero se muestra la naturaleza en su apogeo, en el segundo el enfoque se centra en las figuras humanas. Además, contrastan la riqueza cromática y vibrante de uno con la uniformidad de los tonos violetas y azules del otro; en uno se aprecia una vasta panorámica de Bohemia, mientras que en el otro se representa la costa báltica.
Friedrich era maestro en el manejo de la luz y la atmósfera en sus pinturas. Utilizaba la luz para crear efectos dramáticos y para destacar elementos específicos en sus composiciones. La atmósfera en sus obras a menudo era brumosa o difusa, lo que contribuía a la sensación de misterio y contemplación.
A pesar de la grandeza de sus paisajes, Friedrich a menudo incluía figuras humanas solitarias o grupos pequeños en sus obras para enfatizar la relación entre el individuo y la naturaleza. Estos personajes a menudo están de espaldas al espectador, mirando hacia el paisaje, lo que crea una sensación de introspección y soledad.
Una paleta de colores sobrios y apagados, que incluía tonos de gris, azul, verde y marrón. Esto contribuía a la atmósfera melancólica y contemplativa de sus obras y con una composición cuidadosamente equilibrada y simétrica, con elementos naturales dispuestos de manera armoniosa en el lienzo. Esto ayudaba a crear una sensación de orden y serenidad en medio de la naturaleza.
Entre 1815 y 1816 Friedrich volvió a viajar por el Báltico. Este último año fue admitido en la Academia de Dresde, recibiendo un sueldo de 150 táleros.El 21 de agosto se traslada con su familia a la casa «An der Elbe 33» de Dresde, situada en el límite de la ciudad, a orillas del río Elba, lo que le permite observar a las embarcaciones que pasan lentamente por delante de su casa. Allí recibió la visita, en diciembre del mismo año, del Gran Príncipe Nicolás de Rusia; este, siendo zar, le compraría más tarde numerosos cuadros a través del poeta Vasili Zhukovski.
A partir de 1820 inmortaliza paisajes campestres, sin dejar por ello las representaciones marinas.
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