Detalle de una de las cuatro tablas pequeñas del “Tríptico de los santos Ermitaños” (Infierno, Caída de los condenados, Ascenso de los bienaventurados, Paraíso terrenal). No se trata de un gran tríptico como El jardín de las delicias, sino de un conjunto de paneles que originalmente pudieron formar parte de un políptico mayor, aunque hoy se exhiben de manera independiente. La obra es de Jheronimus Bosch, conocido en español como El Bosco (1450-1516), y fue realizada entre 1495 y 1505. Cada tabla mide aproximadamente 86,5 × 39,5 cm. Actualmente se conserva en la Sala VII (Room VII) de las Gallerie dell’Accademia, en Venecia.
Jheronimus Bosch, como pertenecía a una familia de pintores y muy pronto se vinculó al mundo artístico y religioso de su ciudad, siendo miembro de la influyente Hermandad de Nuestra Señora. A diferencia de muchos artistas de su tiempo, gozó de fama en vida, recibiendo encargos de nobles y poderosos, como Felipe el Hermoso. Su obra destaca por un lenguaje visual único, cargado de simbolismo religioso, imaginación desbordante y un detallismo minucioso que lo convirtió en una figura singular dentro del Renacimiento nórdico.
Entre sus creaciones más notables se encuentra el conjunto Visiones del Más Allá (ca. 1505-1515), conservado en la Gallerie dell’Accademia de Venecia. Se compone de cuatro tablas que representan el destino de las almas tras la muerte: el Paraíso terrenal, el Infierno, la caída de los condenados y el ascenso hacia la luz celestial. La obra fue probablemente parte de un retablo mayor y refleja el profundo interés espiritual de la época, en un contexto marcado por la religiosidad popular y las tensiones que pronto desembocarían en la Reforma protestante.
El Bosco logra en estas visiones un contraste impactante entre la oscuridad del pecado y la luz de la salvación. En El ascenso al Empíreo, por ejemplo, un túnel luminoso guía a las almas hacia la claridad divina, en una imagen sorprendentemente cercana a los relatos modernos de experiencias cercanas a la muerte. En contraste, las escenas infernales despliegan todo un repertorio de monstruos fantásticos, torturas y paisajes irreales, que ejemplifican el genio inventivo del pintor y su capacidad de traducir conceptos teológicos en imágenes inolvidables.
Su estilo fascinó tanto a sus contemporáneos como a las generaciones posteriores. En Venecia, estas tablas pasaron por la colección Grimani y ejercieron influencia sobre maestros como Tintoretto y Tiziano. Un siglo más tarde, Felipe II de España reunió muchas de sus obras en El Escorial, convencido de que sus visiones podían servir a la meditación espiritual. Considerado un “profeta del arte” por su originalidad, el Bosco dejó una obra que sigue desconcertando y cautivando: un viaje pictórico a lo más profundo de la imaginación humana y al misterio del destino eterno.
Bibliografía : El Poder del Arte
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