"Dama con velo", obra de Alexander Roslin, fue realizada en el año 1768 y con unas dimensiones de 65 x 45 cm. Actualmente pertenece de la colección de Nationalmuseum en Estocolmo _Suecia.
Dama con velo, es con diferencia, el más conocido de los cuadros de Alexander Roslin. Está firmado por él en 1768. La modelo es su mujer. Ella pintaba al pastel, y se llamaba Marie-Suzanne Giroust. Vestía a la boloñesa, es decir a la manera que vestían las mujeres de Bolonia, en Italia. Parte de la fascinación de este retrato es la mirada de la modelo, en parte escondida y secreta detrás del velo.
Roslin, retratista sueco, realiza esta encantadora variante de la pintura rococó francesa. Luego de estar unos años en Alemania e Italia, pero finalmente se estableció en París. Y pese a ser protestante Roslin fue recibido como miembro de la Real Academia, institución patrocinada por el rey de Francia, lo cual muestra lo apreciado que era.
En este retrato, mezcla la seriedad burguesa del norte y la gracia de una pequeña coquetería, la melancolía y un esbozo en la sonrisa. En la perfección del brillo y los tonos cambiantes de los tejidos percibimos la maestría adquirida por su contacto con Watteau y con los pintores venecianos.
La dama del velo es uno de los más queridos de la Nationalmuseum. La mujer en el retrato está parcialmente oculto por un velo de seda negro. Bajo el velo está vestida para una ocasión especial en encaje blanco y seda rosa. Durante el siglo XVIII, el teatro era una parte importante de la vida de las clases altas. Vestirse, disfrazarse y jugar papeles dramáticos era un pasatiempo común. La dama del velo muestra cómo se puede vestir a la bolonaise - al estilo de Bolonia.
Alexander Roslin hace valer su nombre en las obras expuestas. Destaco dos por la perfección y el mensaje que transmiten. La dama con el velo, con el que causó sensación e hizo callar las críticas de sus adversarios. Un cuadro que es toda una lección de seducción y que el filósofo francés Diderot consideró como muy picante. Marie Suzanne juega con el abanico cerrado que deja ver parte de la piel del escote, y el velo cubre la mitad de su rostro mientras la otra mitad queda iluminado con una pequeña e insinuante sonrisa.
Cuando Roslin llegó a París al principio de la segunda mitad del siglo XVIII, no tenía ni un céntimo en el bolsillo y tuvo que buscar influencias para abrirse camino en el mundo del arte. Antes de diez años había conseguido ser admitido en la Real Academia de París, requisito imprescindible en el mundo artístico del país, se había casado con Marie Suzanne Giroust, miembro de una adinerada familia francesa, y contaba entre sus clientes con el príncipe heredero de Suecia, Gustavo III.
Esto le abrió las puertas a nuevos y variados encargos entre personajes de la sociedad parisina. En el siglo XVIII todo aquel que se consideraba importante se dejaba pintar por Alexander Roslin. Los retratos eran como tarjetas de visita y por tanto debían reflejar estatus, erudición, elegancia y, por supuesto, belleza. Roslin era un verdadero maestro en plasmar todas estas exigencias, aún en el caso de que en ocasiones todo esto solo fuera realizable poniendo mucha imaginación. Todos los personajes retratados deslumbran con el resplandor de las joyas, la textura y brillo de las telas, sedas, satén, terciopelos, la abundancia de los encajes y un sinfín de complementos como guantes, abanicos y pelucas empolvadas.
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