jueves, 17 de marzo de 2016

"Tres muchachos", obra de Bartolomé Esteban Murillo





Tres muchachos, obra de Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1670, con unas dimensiones de 1.098 x 1.683 cm, se encuentra en Dulwich Picture Gallery, dentro del condado del Gran Londres _ Inglaterra.

Esta obra pertenece a "Los géneros profanos" de Murillo. Existen alrededor de 25 cuadros de este género, con motivos principalmente, aunque no exclusivamente, infantiles. Las primeras noticias que se tienen de casi todos ellos proceden de fuera de España, lo que induce a pensar que fueron pintados por encargo de algunos de los comerciantes flamencos asentados en Sevilla, clientes también de pinturas religiosas como pudiera ser Nicolás de Omazur, importante coleccionista de las obras del pintor, y con destino al mercado nórdico, como contrapunto laico quizá de las escenas dedicadas a la infancia de Jesús.


Las caprichosas oscilaciones del gusto han golpeado a muchos pintores del inmediato pasado. Murillo ha sido uno de los que más. Fue profundamente valorado en los siglos XVIII y XIX, cuando sus cuadros eran arrebatados de los mercados de arte europeos a precios astronómicos.


Mi intención es exclusivamente rescatar un aspecto del gran pintor sevillano casi desconocido por el gran público, el de su consagración a asuntos habituales en la pintura española del Siglo de Oro, los de la pintura de género. Resulta paradójico que un país, España, que retrató, como ningún otro en Europa, escenas de la vida diaria en la literatura, particularmente en la novela picaresca y en el teatro, fuera incapaz de hacer lo mismo en la pintura. Bartolomé Esteban Murillo, como su paisano Diego Velázquez y otros pocos más, fueron la excepción.


Pero por desgracia para España los asuntos de vida cotidiana que pintó Murillo salieron pronto de Sevilla y no figuran en nuestros museos. Encargados generalmente por mercaderes flamencos, holandeses y genoveses de la nutrida colonia extranjera que poblaba en el XVII la ciudad del Betis, los enviaron ya en vida del pintor a sus países de origen o los llevaron consigo de retorno a su patria. Otros de dichos cuadros fueron adquiridos por marchantes ingleses y franceses que los estimaban bastante más que la obtusa y esclerotizada clientela española, anclada en los tradicionales cuadros religiosos.


La infancia de Murillo está compuesta por pilluelos sevillanos de la calle, mal trajeados y sucios, pero sanos, inocentes, satisfechos con su suerte como lo demuestra su abierta sonrisa, que interrumpen sus juegos para que el espectador les dirija una mirada de simpatía.
El pintor sevillano introduce una atmósfera vaporosa creada por las luces cálidas y la armonía cromática de pardos, blancos, grises y ocres, obteniendo un resultado de gran calidad y belleza protagonizado por las actitudes desenfadas y vitales de los muchachos.








Bibliografía : www.elcultural.com/revista/arte

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