Bodegón de flores”, obra de Ambrosius Bosschaert el Viejo (1573–1621), realizada en 1641, está pintada sobre cobre y tiene unas dimensiones de 28,6 × 38,1 cm. Actualmente se encuentra en el Museo J. Paul Getty, en California _ Estados Unidos.
Ambrosius Bosschaert el Viejo, fue uno de los pioneros del bodegón floral en los Países Bajos del siglo XVII. Su familia, de confesión católica, tuvo que abandonar Flandes debido a la presión religiosa, estableciéndose en Middelburg hacia 1587. Allí el joven Bosschaert creció en un ambiente próspero y culturalmente activo, lo que favoreció su temprano desarrollo artístico. En 1593 ya era maestro del gremio de San Lucas, un reconocimiento que demostraba su habilidad y madurez como pintor antes de cumplir los veinte años. Además de su actividad artística, trabajó como marchante, una ocupación que complementó sus ingresos y lo conectó con coleccionistas y amantes de las flores exóticas.
En las pinturas de Ambrosius Bosschaert el Viejo, los insectos que aparecen entre las flores tienen un fuerte significado simbólico y no son simples detalles decorativos. Para los artistas del siglo XVII, estos pequeños seres representaban principalmente la fragilidad de la vida, ya que su existencia breve recordaba al espectador lo efímera que es la condición humana.
También aludían a la fugacidad de la belleza, porque así como las flores se marchitan, los insectos viven muy poco, subrayando que todo lo terrenal es pasajero. Además, introducían la idea de la imperfección del mundo, ya que incluso en un ramo bellísimo y aparentemente perfecto, la presencia de un insecto recordaba que nada en este mundo es completamente puro o eterno. A nivel artístico y científico, Bosschaert también los incluía para mostrar su extraordinaria capacidad de observación naturalista, en una época en la que el interés por la botánica y las criaturas pequeñas estaba creciendo, de modo que los insectos dotaban a sus bodegones de un realismo minucioso y de una dimensión casi científica.
Un aspecto curioso de su vida es su relación con la llamada “Tulipomanía”, la célebre fiebre especulativa en torno al tulipán en los Países Bajos. Como marchante, Bosschaert comerciaba con flores exóticas, y en algunos de sus cuadros representaba variedades extremadamente raras, cuyo valor real era enorme. Para muchos coleccionistas, poseer estos tulipanes en un cuadro era una forma más accesible y duradera de disfrutar de su belleza, convirtiendo la obra del pintor en una especie de catálogo artístico de flores casi inalcanzables.
Bosschaert destacó por un estilo meticuloso y equilibrado, centrado en la representación minuciosa de ramos de flores. Sus composiciones suelen mostrar jarrones perfectamente simétricos, poblados con flores que en la realidad no florecían al mismo tiempo: tulipanes, rosas, lirios, jacintos y anémonas que, unidas en un solo ramo, otorgaban a sus cuadros un carácter idealizado. Sus fondos, normalmente oscuros o neutros, sirven para resaltar los colores brillantes y las texturas delicadas de los pétalos. Además, solía incluir pequeños insectos o detalles simbólicos, aludiendo a la fragilidad de la vida y a la fugacidad de la belleza.
Bosschaert murió repentinamente en 1621, en La Haya, mientras trabajaba en un encargo. Su muerte inesperada interrumpió una carrera fundamental para la pintura neerlandesa, aunque su legado continuó vivo en las obras de su familia y discípulos. Su aportación al bodegón floral dejó una impronta duradera y definió un género que se volvió emblemático en el arte holandés del Siglo de Oro.
Bibliografía: El Poder del Arte


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