martes, 28 de octubre de 2025

El Paraíso fue realizada por Jacopo Tintoretto (1518-1594)

La monumental pintura El Paraíso fue realizada por Jacopo Tintoretto (1518-1594), con la colaboración de su hijo Domenico, entre 1588 y 1592, para la Sala del Maggior Consiglio del Palacio Ducal de Venecia. El encargo surgió tras el devastador incendio de 1577, que destruyó las decoraciones anteriores de Guariento y Veronés. Tintoretto ganó el concurso para reemplazarlas y asumió la tarea de crear una de las obras al óleo más grandes del mundo, de aproximadamente 22 metros de ancho por 7 metros de alto, que debía ocupar el muro detrás del trono del Dux. Su ubicación no era casual: el lienzo preside el salón donde se reunía el Gran Consejo, el órgano político supremo de la Serenissima República de Venecia, convirtiéndose así en una obra de arte cargada de simbolismo espiritual, político y moral.





Tintoretto organizó la composición con una estructura vertical y ascendente que refleja el orden celestial. En el centro luminoso de la escena se encuentran Cristo y la Virgen María, rodeados de una aureola dorada que actúa como núcleo visual y espiritual de todo el conjunto. De ellos irradia una espiral de ángeles, santos y figuras bienaventuradas, que descienden hacia los márgenes y el plano inferior.

El artista eliminó cualquier arquitectura terrenal, utilizando únicamente las figuras humanas y la luz como elementos constructivos del espacio. Esta dinámica ascendente y giratoria crea la sensación de un torbellino divino, donde el movimiento reemplaza la rigidez, haciendo que el Paraíso parezca un organismo vivo. El resultado es una visión apoteósica de la gloria divina, interpretada con el dramatismo lumínico y la energía corporal característicos del estilo manierista de Tintoretto.



En el centro, Cristo aparece como juez y soberano del universo, mientras la Virgen María representa la misericordia y la intercesión por las almas. Juntos, simbolizan el equilibrio entre justicia y compasión, que en la teología cristiana constituye el orden perfecto del cielo. En torno a ellos, los coros angélicos celebran con música y canto, personificando la armonía divina. 

En los planos intermedios se agrupan apóstoles, mártires, doctores y vírgenes, cada uno con atributos que los identifican: llaves, palmas, libros o mitras. En los extremos laterales aparecen profetas del Antiguo Testamento a la izquierda, que anuncian la llegada de Cristo, y obispos, teólogos y santos patronos venecianos a la derecha, subrayando la continuidad entre la historia sagrada y la vida cívica de Venecia. La multitud de figuras unidas en un único movimiento ascendente simboliza la comunión de los santos, es decir, la unidad espiritual de todos los justos en la eternidad.






Aunque el tema central es religioso, Tintoretto concibió El Paraíso también como una alegoría del orden político de la República de Venecia. La composición refleja la idea de que el cielo, perfectamente jerárquico y armonioso, sirve de modelo para el gobierno terrenal. Así, Cristo y la Virgen ocupan el lugar simbólico del poder divino, mientras que los santos y ángeles que los rodean representan a los distintos niveles del Estado. Debajo del lienzo, justo bajo su mirada, se sentaban el Dux y los consejeros venecianos, de modo que el acto de gobernar se realizaba literalmente bajo el juicio y la protección del Paraíso. Esta disposición convertía la pintura en una proclamación visual de la legitimidad divina del poder republicano. Venecia, considerada una “república escogida por Dios”, aparecía reflejada como una prolongación del orden celestial, una sociedad justa y equilibrada que imitaba la armonía del cielo.





Desde el punto de vista técnico, Tintoretto despliega en El Paraíso su maestría en el uso del claroscuro y la luz dorada. El resplandor que emana del centro se dispersa entre las figuras, creando una atmósfera vibrante que da sensación de profundidad y movimiento. Las tonalidades cálidas —rojos, dorados y azules intensos— refuerzan la jerarquía visual y la emoción espiritual. 

No existe una perspectiva arquitectónica tradicional; la profundidad se construye mediante planos superpuestos de cuerpos y luces, lo que confiere a la escena una energía casi cósmica. El resultado es un espacio sin límites donde lo humano y lo divino se entrelazan en un mismo impulso ascendente. Cada figura, aunque parte de una multitud inmensa, parece animada por una luz interior que la conecta con el todo, un reflejo pictórico de la idea cristiana de la salvación universal.





El Paraíso es, en esencia, una visión de unidad. Para Tintoretto, el cielo no es solo un destino de almas, sino una imagen ideal del orden moral y político que Venecia debía aspirar a mantener. La intercesión de la Virgen, la autoridad de Cristo y la armonía de los coros celestiales servían como espejo de la justicia, la sabiduría y la concordia que guiaban al Estado. La pintura, por tanto, cumplía una doble función: religiosa —elevar el espíritu de los gobernantes— y cívica —recordarles su responsabilidad ante Dios y la historia—. Esta fusión entre fe y poder, entre arte y política, convierte la obra de Tintoretto en uno de los programas iconográficos más grandiosos y significativos del Renacimiento tardío, una síntesis del espíritu veneciano en su máximo esplendor.









Bibliografía : El Poder del Arte 

jueves, 16 de octubre de 2025

Carol Moll y el dialogo constante entre el mar y la luz.


Carol Moll nació en Mahón el 16 de junio de 1963, en el seno de una familia vinculada al mundo del arte, propietaria de un negocio familiar de bellas artes. Desde muy pequeña estuvo rodeada de materiales, colores y obras, y fue su padre quien le transmitió el amor por la pintura. A los veinte años comenzó su formación en dibujo y pintura, desarrollando una dedicación que, con el tiempo, se ha convertido en una parte esencial de su vida.
Actualmente, su obra forma parte de la exposición permanente de Argos Galeria d’Art, en Mahón.





La pintura de Carol Moll nace del diálogo constante entre el mar y la luz. Sus paisajes marinos capturan instantes de movimiento —olas, reflejos, embarcaciones— con una sensibilidad que combina precisión técnica y emoción pictórica.

En sus lienzos, el Mediterráneo no es solo un motivo visual, sino una presencia viva: el color se convierte en lenguaje y la superficie del agua en un espacio donde la mirada se pierde y se reencuentra.






Obras como Prácticos revelan su interés por el mar como escenario de trabajo, tránsito y vida. El trazo firme, la vibración del color y la claridad atmosférica recrean con fidelidad la energía del puerto de Mahón y la relación íntima entre el ser humano y el mar.

Más que representar, Carol Moll interpreta el mar, haciendo de cada pintura una invitación a contemplar la calma y el movimiento que definen la identidad insular de Menorca.










Bibliografía : El Poder del Arte

martes, 14 de octubre de 2025

"Stella Matutina" obra del pintor malagueño Pedro Sáenz Sáenz

"Stella Matutina" obra del pintor malagueño Pedro Sáenz Sáenz (1863-1970) realizado en 1901 y con unas dimensiones de 252,50 x 165,50 cm. Actualmente se conserva en Museo de Málaga _España.



Pedro Sáenz y Sáenz provenía de una familia con buen nivel económico dentro de la burguesía local, lo que le permitió acceder a estudios artísticos de gran nombres. Comenzó su formación en la Escuela Provincial de Bellas Artes de San Telmo en Málaga, donde fue alumno destacado de Bernardo Ferrándiz. Luego continuó sus estudios en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid), y tuvo estancias de estudios y trabajo en Roma y París, exposiciones nacionales, etc.


El título Stella Matutina alude al amanecer o la estrella matutina, lo cual simboliza renovación, luz, esperanza. En esta obra, Sáenz Sáenz interpreta la figura (posiblemente femenina, como en muchas de sus pinturas) con cercanía a lo cotidiano, pero idealizada — mostrando un ideal de belleza, pureza, espiritualidad. Estéticamente, conjuga influencias del prerrafaelismo inglés, del simbolismo francobelga, así como del modernismo burgués al gusto de principios del siglo XX. Este cuadro—junto con otras obras suyas como La tumba del poeta—fue premiado en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid en 1901 (medalla de primera clase) y es considerado de lo más representativo de su producción en esa etapa madura.



Se caracteriza por una técnica minuciosa que combina un detalle preciso en las formas humanas (especialmente en la figura central) con matices suaves de colores, tonos pasteles, luz naturalista, elementos simbolistas e influencia prerrafaelista como acabo de mencionar.




A lo largo de su vida, Sáenz Sáenz desarrolló una obra que mezcla lo académico con corrientes nuevas en ese momento: simbolismo, prerrafaelismo, modernismo, idealismo decorativo, detalles muy cuidados, especial predilección por retratos y desnudos femeninos luminosos. Participó muchas veces en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, obteniendo medallas de tercera, segunda y primera clase en distintos años (1ª clase en 1901 por Stella Matutina). 



También recibió el título de Comendador de la Orden de Alfonso XIII en 1904, y fue reconocido localmente con honores y una calle dedicada a su nombre en Málaga. Su obra refleja no solo maestría técnica, sino un diálogo con los gustos estéticos de finales del siglo XIX y comienzos del XX, en la España de su tiempo, entre lo tradicional y lo que se estaba renovando en Europa.





Bibliografía : El Poder del Arte

viernes, 3 de octubre de 2025

Mariano Fortuny y Madrazo, un genio en Venecia



Mariano Fortuny y Madrazo nació en Granada en 1871, pero su relación con la ciudad fue breve y circunstancial. Su nacimiento allí se debió a que sus padres se encontraban temporalmente en Andalucía, aunque la vida familiar y profesional estaba vinculada a otras ciudades europeas. Su padre, el célebre pintor Mariano Fortuny y Marsal, era un artista cosmopolita que había recorrido Roma, Marruecos, París y Nápoles en busca de inspiración y encargos. La temprana muerte de su padre en 1874, cuando él tenía apenas tres años, marcaría para siempre la trayectoria del pequeño Mariano, quien quedó bajo el cuidado de su madre, Cecilia de Madrazo, y lejos de su ciudad natal.




El padre, Mariano Fortuny y Marsal, había nacido en Reus (Tarragona) en 1838. Fue un pintor de enorme prestigio en el siglo XIX, reconocido como uno de los grandes maestros del orientalismo y la pintura de historia. Formado en Barcelona, obtuvo una beca que lo llevó a Roma, donde consolidó su carrera internacional. Sus obras, llenas de luz, colorido y minucioso detalle, cautivaron a coleccionistas y museos europeos. Sus viajes a Marruecos y su contacto con distintas culturas enriquecieron su arte y lo convirtieron en un referente. Sin embargo, su vida se vio truncada de forma prematura al morir en Roma con solo 36 años, cuando estaba en la plenitud de su talento.



La madre, Cecilia de Madrazo y Garreta, nacida en Madrid en 1846, pertenecía a una familia de gran tradición artística. Era hija de Federico de Madrazo, pintor de cámara de la reina Isabel II, y nieta de José de Madrazo, también pintor célebre. Se casó con Mariano Fortuny y Marsal en 1867 y tuvo con él dos hijos: María Luisa y Mariano. Tras enviudar en 1874, se volcó en la educación y en la protección del legado artístico de su marido. Dotada de sensibilidad artística y rodeada de una amplia red cultural, supo mantener la memoria de su esposo y dar a sus hijos un entorno favorable al desarrollo creativo. Su vida se repartió entre París y Venecia, donde finalmente murió en 1932.



La familia no permaneció en Granada porque la vida profesional y social estaba centrada en los grandes centros artísticos de Europa. Roma, París y Venecia eran ciudades con coleccionistas, encargos y ambientes intelectuales propicios para el desarrollo artístico. Granada, en cambio, aunque ciudad de gran belleza y tradición, no ofrecía en aquel momento las mismas oportunidades ni para Cecilia, que buscaba estabilidad tras la muerte de su marido, ni para sus hijos, que crecían en contacto con el mundo cosmopolita. Así, Granada quedó como la ciudad de nacimiento de Mariano hijo, pero no como el lugar donde se formó ni donde desarrolló su vida.




Mariano Fortuny y Madrazo se instaló en Venecia hacia 1889 junto a su madre, cuando tenía 18 años. Allí encontró el espacio ideal para su vocación múltiple: fue pintor, escenógrafo, fotógrafo, inventor y sobre todo creador textil, célebre por su vestido plisado Delphos. Su residencia y taller se ubicaron en el Palazzo Pesaro degli Orfei, que con el tiempo se convertiría en el actual Museo Fortuny. Aunque había nacido en Granada, Venecia se convirtió en su verdadero hogar y en el centro de toda su producción artística. Nunca regresó a vivir a Andalucía, pues su vida personal y profesional estaba íntimamente unida al ambiente veneciano.



Mariano Fortuny y Madrazo nunca se casó y dedicó toda su vida al arte y a la experimentación. Murió en Venecia en 1949, a los 77 años, después de haber creado un universo personal donde pintura, escenografía, moda y técnica se unían en armonía. Su madre, con su visión y decisión de trasladar la familia primero a París y luego a Venecia, había marcado el rumbo de su vida. Gracias a ello, el apellido Fortuny quedó para siempre ligado a la ciudad de los canales, donde hoy se conserva su memoria en el museo que ocupa la misma casa en la que vivió y trabajó durante décadas.






Bibliografía : El Poder del Arte