martes, 28 de octubre de 2025

El Paraíso fue realizada por Jacopo Tintoretto (1518-1594)

La monumental pintura El Paraíso fue realizada por Jacopo Tintoretto (1518-1594), con la colaboración de su hijo Domenico, entre 1588 y 1592, para la Sala del Maggior Consiglio del Palacio Ducal de Venecia. El encargo surgió tras el devastador incendio de 1577, que destruyó las decoraciones anteriores de Guariento y Veronés. Tintoretto ganó el concurso para reemplazarlas y asumió la tarea de crear una de las obras al óleo más grandes del mundo, de aproximadamente 22 metros de ancho por 7 metros de alto, que debía ocupar el muro detrás del trono del Dux. Su ubicación no era casual: el lienzo preside el salón donde se reunía el Gran Consejo, el órgano político supremo de la Serenissima República de Venecia, convirtiéndose así en una obra de arte cargada de simbolismo espiritual, político y moral.





Tintoretto organizó la composición con una estructura vertical y ascendente que refleja el orden celestial. En el centro luminoso de la escena se encuentran Cristo y la Virgen María, rodeados de una aureola dorada que actúa como núcleo visual y espiritual de todo el conjunto. De ellos irradia una espiral de ángeles, santos y figuras bienaventuradas, que descienden hacia los márgenes y el plano inferior.

El artista eliminó cualquier arquitectura terrenal, utilizando únicamente las figuras humanas y la luz como elementos constructivos del espacio. Esta dinámica ascendente y giratoria crea la sensación de un torbellino divino, donde el movimiento reemplaza la rigidez, haciendo que el Paraíso parezca un organismo vivo. El resultado es una visión apoteósica de la gloria divina, interpretada con el dramatismo lumínico y la energía corporal característicos del estilo manierista de Tintoretto.



En el centro, Cristo aparece como juez y soberano del universo, mientras la Virgen María representa la misericordia y la intercesión por las almas. Juntos, simbolizan el equilibrio entre justicia y compasión, que en la teología cristiana constituye el orden perfecto del cielo. En torno a ellos, los coros angélicos celebran con música y canto, personificando la armonía divina. 

En los planos intermedios se agrupan apóstoles, mártires, doctores y vírgenes, cada uno con atributos que los identifican: llaves, palmas, libros o mitras. En los extremos laterales aparecen profetas del Antiguo Testamento a la izquierda, que anuncian la llegada de Cristo, y obispos, teólogos y santos patronos venecianos a la derecha, subrayando la continuidad entre la historia sagrada y la vida cívica de Venecia. La multitud de figuras unidas en un único movimiento ascendente simboliza la comunión de los santos, es decir, la unidad espiritual de todos los justos en la eternidad.






Aunque el tema central es religioso, Tintoretto concibió El Paraíso también como una alegoría del orden político de la República de Venecia. La composición refleja la idea de que el cielo, perfectamente jerárquico y armonioso, sirve de modelo para el gobierno terrenal. Así, Cristo y la Virgen ocupan el lugar simbólico del poder divino, mientras que los santos y ángeles que los rodean representan a los distintos niveles del Estado. Debajo del lienzo, justo bajo su mirada, se sentaban el Dux y los consejeros venecianos, de modo que el acto de gobernar se realizaba literalmente bajo el juicio y la protección del Paraíso. Esta disposición convertía la pintura en una proclamación visual de la legitimidad divina del poder republicano. Venecia, considerada una “república escogida por Dios”, aparecía reflejada como una prolongación del orden celestial, una sociedad justa y equilibrada que imitaba la armonía del cielo.





Desde el punto de vista técnico, Tintoretto despliega en El Paraíso su maestría en el uso del claroscuro y la luz dorada. El resplandor que emana del centro se dispersa entre las figuras, creando una atmósfera vibrante que da sensación de profundidad y movimiento. Las tonalidades cálidas —rojos, dorados y azules intensos— refuerzan la jerarquía visual y la emoción espiritual. 

No existe una perspectiva arquitectónica tradicional; la profundidad se construye mediante planos superpuestos de cuerpos y luces, lo que confiere a la escena una energía casi cósmica. El resultado es un espacio sin límites donde lo humano y lo divino se entrelazan en un mismo impulso ascendente. Cada figura, aunque parte de una multitud inmensa, parece animada por una luz interior que la conecta con el todo, un reflejo pictórico de la idea cristiana de la salvación universal.





El Paraíso es, en esencia, una visión de unidad. Para Tintoretto, el cielo no es solo un destino de almas, sino una imagen ideal del orden moral y político que Venecia debía aspirar a mantener. La intercesión de la Virgen, la autoridad de Cristo y la armonía de los coros celestiales servían como espejo de la justicia, la sabiduría y la concordia que guiaban al Estado. La pintura, por tanto, cumplía una doble función: religiosa —elevar el espíritu de los gobernantes— y cívica —recordarles su responsabilidad ante Dios y la historia—. Esta fusión entre fe y poder, entre arte y política, convierte la obra de Tintoretto en uno de los programas iconográficos más grandiosos y significativos del Renacimiento tardío, una síntesis del espíritu veneciano en su máximo esplendor.









Bibliografía : El Poder del Arte 

jueves, 16 de octubre de 2025

Carol Moll y el dialogo constante entre el mar y la luz.


Carol Moll nació en Mahón el 16 de junio de 1963, en el seno de una familia vinculada al mundo del arte, propietaria de un negocio familiar de bellas artes. Desde muy pequeña estuvo rodeada de materiales, colores y obras, y fue su padre quien le transmitió el amor por la pintura. A los veinte años comenzó su formación en dibujo y pintura, desarrollando una dedicación que, con el tiempo, se ha convertido en una parte esencial de su vida.
Actualmente, su obra forma parte de la exposición permanente de Argos Galeria d’Art, en Mahón.





La pintura de Carol Moll nace del diálogo constante entre el mar y la luz. Sus paisajes marinos capturan instantes de movimiento —olas, reflejos, embarcaciones— con una sensibilidad que combina precisión técnica y emoción pictórica.

En sus lienzos, el Mediterráneo no es solo un motivo visual, sino una presencia viva: el color se convierte en lenguaje y la superficie del agua en un espacio donde la mirada se pierde y se reencuentra.






Obras como Prácticos revelan su interés por el mar como escenario de trabajo, tránsito y vida. El trazo firme, la vibración del color y la claridad atmosférica recrean con fidelidad la energía del puerto de Mahón y la relación íntima entre el ser humano y el mar.

Más que representar, Carol Moll interpreta el mar, haciendo de cada pintura una invitación a contemplar la calma y el movimiento que definen la identidad insular de Menorca.










Bibliografía : El Poder del Arte

martes, 14 de octubre de 2025

"Stella Matutina" obra del pintor malagueño Pedro Sáenz Sáenz

"Stella Matutina" obra del pintor malagueño Pedro Sáenz Sáenz (1863-1970) realizado en 1901 y con unas dimensiones de 252,50 x 165,50 cm. Actualmente se conserva en Museo de Málaga _España.



Pedro Sáenz y Sáenz provenía de una familia con buen nivel económico dentro de la burguesía local, lo que le permitió acceder a estudios artísticos de gran nombres. Comenzó su formación en la Escuela Provincial de Bellas Artes de San Telmo en Málaga, donde fue alumno destacado de Bernardo Ferrándiz. Luego continuó sus estudios en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid), y tuvo estancias de estudios y trabajo en Roma y París, exposiciones nacionales, etc.


El título Stella Matutina alude al amanecer o la estrella matutina, lo cual simboliza renovación, luz, esperanza. En esta obra, Sáenz Sáenz interpreta la figura (posiblemente femenina, como en muchas de sus pinturas) con cercanía a lo cotidiano, pero idealizada — mostrando un ideal de belleza, pureza, espiritualidad. Estéticamente, conjuga influencias del prerrafaelismo inglés, del simbolismo francobelga, así como del modernismo burgués al gusto de principios del siglo XX. Este cuadro—junto con otras obras suyas como La tumba del poeta—fue premiado en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid en 1901 (medalla de primera clase) y es considerado de lo más representativo de su producción en esa etapa madura.



Se caracteriza por una técnica minuciosa que combina un detalle preciso en las formas humanas (especialmente en la figura central) con matices suaves de colores, tonos pasteles, luz naturalista, elementos simbolistas e influencia prerrafaelista como acabo de mencionar.




A lo largo de su vida, Sáenz Sáenz desarrolló una obra que mezcla lo académico con corrientes nuevas en ese momento: simbolismo, prerrafaelismo, modernismo, idealismo decorativo, detalles muy cuidados, especial predilección por retratos y desnudos femeninos luminosos. Participó muchas veces en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, obteniendo medallas de tercera, segunda y primera clase en distintos años (1ª clase en 1901 por Stella Matutina). 



También recibió el título de Comendador de la Orden de Alfonso XIII en 1904, y fue reconocido localmente con honores y una calle dedicada a su nombre en Málaga. Su obra refleja no solo maestría técnica, sino un diálogo con los gustos estéticos de finales del siglo XIX y comienzos del XX, en la España de su tiempo, entre lo tradicional y lo que se estaba renovando en Europa.





Bibliografía : El Poder del Arte

viernes, 3 de octubre de 2025

Mariano Fortuny y Madrazo, un genio en Venecia



Mariano Fortuny y Madrazo nació en Granada en 1871, pero su relación con la ciudad fue breve y circunstancial. Su nacimiento allí se debió a que sus padres se encontraban temporalmente en Andalucía, aunque la vida familiar y profesional estaba vinculada a otras ciudades europeas. Su padre, el célebre pintor Mariano Fortuny y Marsal, era un artista cosmopolita que había recorrido Roma, Marruecos, París y Nápoles en busca de inspiración y encargos. La temprana muerte de su padre en 1874, cuando él tenía apenas tres años, marcaría para siempre la trayectoria del pequeño Mariano, quien quedó bajo el cuidado de su madre, Cecilia de Madrazo, y lejos de su ciudad natal.




El padre, Mariano Fortuny y Marsal, había nacido en Reus (Tarragona) en 1838. Fue un pintor de enorme prestigio en el siglo XIX, reconocido como uno de los grandes maestros del orientalismo y la pintura de historia. Formado en Barcelona, obtuvo una beca que lo llevó a Roma, donde consolidó su carrera internacional. Sus obras, llenas de luz, colorido y minucioso detalle, cautivaron a coleccionistas y museos europeos. Sus viajes a Marruecos y su contacto con distintas culturas enriquecieron su arte y lo convirtieron en un referente. Sin embargo, su vida se vio truncada de forma prematura al morir en Roma con solo 36 años, cuando estaba en la plenitud de su talento.



La madre, Cecilia de Madrazo y Garreta, nacida en Madrid en 1846, pertenecía a una familia de gran tradición artística. Era hija de Federico de Madrazo, pintor de cámara de la reina Isabel II, y nieta de José de Madrazo, también pintor célebre. Se casó con Mariano Fortuny y Marsal en 1867 y tuvo con él dos hijos: María Luisa y Mariano. Tras enviudar en 1874, se volcó en la educación y en la protección del legado artístico de su marido. Dotada de sensibilidad artística y rodeada de una amplia red cultural, supo mantener la memoria de su esposo y dar a sus hijos un entorno favorable al desarrollo creativo. Su vida se repartió entre París y Venecia, donde finalmente murió en 1932.



La familia no permaneció en Granada porque la vida profesional y social estaba centrada en los grandes centros artísticos de Europa. Roma, París y Venecia eran ciudades con coleccionistas, encargos y ambientes intelectuales propicios para el desarrollo artístico. Granada, en cambio, aunque ciudad de gran belleza y tradición, no ofrecía en aquel momento las mismas oportunidades ni para Cecilia, que buscaba estabilidad tras la muerte de su marido, ni para sus hijos, que crecían en contacto con el mundo cosmopolita. Así, Granada quedó como la ciudad de nacimiento de Mariano hijo, pero no como el lugar donde se formó ni donde desarrolló su vida.




Mariano Fortuny y Madrazo se instaló en Venecia hacia 1889 junto a su madre, cuando tenía 18 años. Allí encontró el espacio ideal para su vocación múltiple: fue pintor, escenógrafo, fotógrafo, inventor y sobre todo creador textil, célebre por su vestido plisado Delphos. Su residencia y taller se ubicaron en el Palazzo Pesaro degli Orfei, que con el tiempo se convertiría en el actual Museo Fortuny. Aunque había nacido en Granada, Venecia se convirtió en su verdadero hogar y en el centro de toda su producción artística. Nunca regresó a vivir a Andalucía, pues su vida personal y profesional estaba íntimamente unida al ambiente veneciano.



Mariano Fortuny y Madrazo nunca se casó y dedicó toda su vida al arte y a la experimentación. Murió en Venecia en 1949, a los 77 años, después de haber creado un universo personal donde pintura, escenografía, moda y técnica se unían en armonía. Su madre, con su visión y decisión de trasladar la familia primero a París y luego a Venecia, había marcado el rumbo de su vida. Gracias a ello, el apellido Fortuny quedó para siempre ligado a la ciudad de los canales, donde hoy se conserva su memoria en el museo que ocupa la misma casa en la que vivió y trabajó durante décadas.






Bibliografía : El Poder del Arte

martes, 30 de septiembre de 2025

"Tríptico de los santos Ermitaños" obra de Jheronimus Bosch (1450-1516)



Detalle de una de las cuatro tablas pequeñas del “Tríptico de los santos Ermitaños” (Infierno, Caída de los condenados, Ascenso de los bienaventurados, Paraíso terrenal). No se trata de un gran tríptico como El jardín de las delicias, sino de un conjunto de paneles que originalmente pudieron formar parte de un políptico mayor, aunque hoy se exhiben de manera independiente. La obra es de Jheronimus Bosch, conocido en español como El Bosco (1450-1516), y fue realizada entre 1495 y 1505. Cada tabla mide aproximadamente 86,5 × 39,5 cm. Actualmente se conserva en la Sala VII (Room VII) de las Gallerie dell’Accademia, en Venecia.







Jheronimus Bosch, como pertenecía a una familia de pintores y muy pronto se vinculó al mundo artístico y religioso de su ciudad, siendo miembro de la influyente Hermandad de Nuestra Señora. A diferencia de muchos artistas de su tiempo, gozó de fama en vida, recibiendo encargos de nobles y poderosos, como Felipe el Hermoso. Su obra destaca por un lenguaje visual único, cargado de simbolismo religioso, imaginación desbordante y un detallismo minucioso que lo convirtió en una figura singular dentro del Renacimiento nórdico.




Entre sus creaciones más notables se encuentra el conjunto Visiones del Más Allá (ca. 1505-1515), conservado en la Gallerie dell’Accademia de Venecia. Se compone de cuatro tablas que representan el destino de las almas tras la muerte: el Paraíso terrenal, el Infierno, la caída de los condenados y el ascenso hacia la luz celestial. La obra fue probablemente parte de un retablo mayor y refleja el profundo interés espiritual de la época, en un contexto marcado por la religiosidad popular y las tensiones que pronto desembocarían en la Reforma protestante.



El Bosco logra en estas visiones un contraste impactante entre la oscuridad del pecado y la luz de la salvación. En El ascenso al Empíreo, por ejemplo, un túnel luminoso guía a las almas hacia la claridad divina, en una imagen sorprendentemente cercana a los relatos modernos de experiencias cercanas a la muerte. En contraste, las escenas infernales despliegan todo un repertorio de monstruos fantásticos, torturas y paisajes irreales, que ejemplifican el genio inventivo del pintor y su capacidad de traducir conceptos teológicos en imágenes inolvidables.




Su estilo fascinó tanto a sus contemporáneos como a las generaciones posteriores. En Venecia, estas tablas pasaron por la colección Grimani y ejercieron influencia sobre maestros como Tintoretto y Tiziano. Un siglo más tarde, Felipe II de España reunió muchas de sus obras en El Escorial, convencido de que sus visiones podían servir a la meditación espiritual. Considerado un “profeta del arte” por su originalidad, el Bosco dejó una obra que sigue desconcertando y cautivando: un viaje pictórico a lo más profundo de la imaginación humana y al misterio del destino eterno.




Bibliografía : El Poder del Arte 

viernes, 19 de septiembre de 2025

El Teatro La Fenice es uno de los teatros de ópera más célebres en Venecia


El Teatro La Fenice es uno de los teatros de ópera más célebres en Venecia de Italia y de Europa. Su construcción fue una respuesta a una necesidad muy concreta: la antigua sede de la compañía teatral de la Nobile Società dei Palchettisti había quedado destruida por un incendio en 1774. Tras un largo litigio con la familia propietaria del terreno, los miembros de la compañía decidieron levantar un nuevo teatro, que debía simbolizar el renacimiento de la ópera veneciana.




Se eligió al joven arquitecto Gian Antonio Selva, que entre 1790 y 1792 diseñó y levantó un edificio en estilo neoclásico, sobrio en el exterior pero suntuoso en el interior. El resultado fue un espacio capaz de acoger a más de mil espectadores, con una sala en forma de “caja de herradura” típica de los teatros italianos, ideal para la acústica de la ópera.






La construcción no estuvo exenta de dificultades. El terreno elegido, en pleno centro de Venecia, era reducido y presentaba los problemas habituales de cimentación de la ciudad, que obligaban a levantar la estructura sobre pilotes de madera hincados en el suelo fangoso. A pesar de estos desafíos, Selva logró proyectar un edificio funcional y elegante, con un interior decorado con dorados, estucos y frescos que contrastaban con la sobriedad de su fachada exterior.



La construcción no estuvo exenta de dificultades. El terreno elegido, en pleno centro de Venecia, era reducido y presentaba los problemas habituales de cimentación de la ciudad, que obligaban a levantar la estructura sobre pilotes de madera hincados en el suelo fangoso. A pesar de estos desafíos, Selva logró proyectar un edificio funcional y elegante, con un interior decorado con dorados, estucos y frescos que contrastaban con la sobriedad de su fachada exterior. 



El nombre del teatro, La Fenice (“El Fénix”), evocaba la idea de renacimiento tras la destrucción, y no pudo ser más premonitorio: el edificio sufriría varios incendios a lo largo de su historia, en 1836 y en 1996, y sería reconstruido cada vez “tal como era, donde estaba”, recuperando siempre su esplendor.




El palco en el Teatro La Fenice de Venecia no es solo un asiento; es un símbolo de prestigio y distinción. Desde su inauguración en 1792, los palcos se concibieron como espacios privados que permitían a la nobleza y a las familias acomodadas disfrutar de la ópera con privacidad y visibilidad privilegiada. 




La forma característica del teatro es la “caja de herradura”, lo que hace que cada palco tenga una excelente acústica y una visión directa del escenario. Los palcos están distribuidos en varios niveles, generalmente tres pisos superiores alrededor de la sala, y cada uno podía ser decorado por sus ocupantes según su rango social y su gusto personal, siguiendo la costumbre de los teatros italianos del siglo XVIII y XIX.



Arquitectónicamente, los palcos combinan elegancia y funcionalidad. Cada uno cuenta con una barandilla decorada con madera tallada y dorada, y a menudo con cortinas o tapicería para mayor intimidad. Los frentes de los palcos presentan motivos ornamentales neoclásicos, incluyendo molduras, estucos y a veces pequeñas esculturas o medallones. Esta decoración contribuía a la riqueza visual de la sala y a reforzar la jerarquía social: los palcos más cercanos al escenario eran los más codiciados, reservados a la nobleza y a los patrocinadores de la ópera.



Las anécdotas alrededor del teatro son numerosas. Una de las más recordadas es la rapidez con la que fue reconstruido después del incendio de 1836: en menos de un año, los arquitectos Tommaso y Giovan Battista Meduna lo reabrieron con aún más lujo decorativo. En 1996, el incendio provocado por dos electricistas para retrasar unos trabajos de restauración lo destruyó casi por completo; el suceso conmocionó a toda Italia y generó un enorme debate sobre la conservación del patrimonio.





Los palcos también han sido protagonistas de numerosas anécdotas históricas. Por ejemplo, durante los estrenos de óperas de Verdi en el siglo XIX, era común que la alta sociedad asistiera en sus palcos vestidos de gala, a veces haciendo apuestas sobre el éxito de las actuaciones o incluso discutiendo los cambios en el libreto.

Algunos palcos se convirtieron en verdaderos “salones privados”, donde se celebraban reuniones y cenas entre funciones, mientras otros fueron escenarios de rivalidades sociales. Aun hoy, tras las reconstrucciones del teatro después de los incendios, los palcos mantienen esa mezcla de intimidad, elegancia y tradición, ofreciendo a los espectadores modernos una experiencia que conecta con más de dos siglos de historia operística veneciana.



Finalmente, bajo la dirección del arquitecto Aldo Rossi, fue reconstruido siguiendo el lema veneciano com’era, dov’era (“como era, donde estaba”) y reabrió en 2003 con un concierto inaugural que simbolizaba la resistencia cultural de Venecia. Desde su inauguración hasta hoy, La Fenice ha sido escenario de estrenos históricos de compositores como Verdi, Rossini, Donizetti o Stravinski, y su historia, marcada por incendios y resurrecciones, la ha convertido en un verdadero símbolo de la ciudad y de la ópera mundial.








Bibliografía : El Poder del Arte 

martes, 16 de septiembre de 2025

"Minerva", obra de Rembrandt Harmenszoon van Rijn(1606 - 1669), una versión sobre lienzo del año 1635 y con dimensiones de 137 × 116 cm.

"Minerva", obra de Rembrandt Harmenszoon van Rijn(1606 - 1669), una versión sobre lienzo del año 1635 y con dimensiones de 137 × 116 cm. esta versión de mayor formato estuvo en el mercado privado, pasando por manos como Otto Naumann (Nueva York). Actualmente se encuentra en una colección privada canadiense.


Representa a la diosa romana de la sabiduría, equivalente a Atenea en la mitología griega.La pintura fue realizada durante los años en que Rembrandt vivía en Ámsterdam y empezaba a ser muy solicitado por la élite. Se cree que la obra pudo ser un encargo de un erudito o un coleccionista humanista interesado en el simbolismo clásico.


Es un ejemplo temprano del barroco rembrandtiano: contrastes de luz y sombra (claroscuro), gran riqueza en la textura de telas y objetos, y un aire introspectivo que convierte a la diosa en una figura humana y reflexiva. 

A finales de 1631, Rembrandt se mudó a Ámsterdam, la capital económica del país, que crecía vertiginosamente gracias al comercio. Empezó a trabajar como retratista profesional de creciente éxito. Alojado en casa de un marchante de arte llamado Hendrik van Uylenburg, en 1634 contrajo matrimonio con su prima. El matrimonio, celebrado en la iglesia local de Sint Annaparochie, no contó con la asistencia de los parientes de Rembrandt. Ese año se convirtió en un miembro más de la burguesía de Ámsterdam, así como de la sociedad local de pintores. En 1635 el joven matrimonio se mudó a su nueva casa, situada en el elegante barrio de Nieuwe Doelenstraat.




Algunos historiadores ven en este cuadro una especie de respuesta de Rembrandt al estilo grandilocuente de Rubens, pero desde una visión más intimista y psicológica.Trayectoria del cuadro: La obra ha pasado por diversas colecciones privadas y raras veces se exhibe al público, lo que la convierte en un tesoro poco accesible del maestro holandés.


Minerva aparece sentada con un gesto solemne, rodeada de libros, armadura y atributos de sabiduría. Más que resaltar lo bélico, Rembrandt enfatiza la erudición y el saber de la diosa.
Un ejemplo temprano del barroco rembrandtiano: contrastes de luz y sombra (claroscuro).




Esta pintura integra una serie de obras de temática mitológica que Rembrandt ejecutó entre 1633 y 1635, representando figuras femeninas heroicas como Bellona, Flora y Artemisia. Todas comparten un lenguaje visual similar: figuras a media longitud, tamaño casi real, es decir, un estilo monumental


En esta composición, Rembrandt representa a Minerva como una figura intelectual y poderosa. La iluminación centra la atención en su mano sobre un gran libro, un elemento cargado de simbolismo: la sabiduría por encima de la guerra. En el fondo aparecen atributos clásicos como el casco dorado, el globo, la lanza y el escudo con cabeza de Gorgona.




Minerva es emblema de la Universidad de Leiden desde su fundación en 1575. De hecho, la imagen de la diosa aparece en su escudo y documentos académicos. Se cree que Rembrandt, formado en Leiden y que ingresó en la universidad en 1620, pudo inspirarse en esta iconografía universitaria para su obra.

Según los ensayos de The Leiden Collection, esta obra representa un paso importante en la ambición de Rembrandt por consolidarse como pintor de historia, utilizando técnica, presencia humana y expresión emocional —características que desarrollaría en obras posteriores, como su propia Juno (ca. 1662–65)





En la tradición artística, desde el Renacimiento, Minerva (o Atenea) suele aparecer asociada a libros y globos terráqueos como metáforas del saber universal. Rembrandt retoma ese motivo, pero lo hace más íntimo y realista.y un símbolo de la erudición y del poder de la sabiduría frente a la guerra, acorde con la figura de Minerva.