A la vera de Los Jerónimos y del Museo del Prado se encuentra la sede principal de la Real Academia Española, Su diseño es obra del arquitecto madrileño Miguel Aguado de la Sierra, que por entonces también se dedicaba a la enseñanza y ostentaba el cargo de director de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid.
La RAE se fundó en 1713 por iniciativa del marqués de Villena. Un año después, una Real Cédula de Felipe V aprobó que la Academia redactara sus estatutos y concedió a los académicos los mismos privilegios y ventajas que gozaba la servidumbre de la Casa Real. En su fundación, el objetivo de la RAE fue "fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza". No en vano, su escudo tiene inscrita la leyenda Limpia, Fija y da Esplendor.
Miguel Aguado de la Sierra, proyectó una fachada monumental, un salón de actos con palco de madera y una escalera de mármol cuya barandilla se ha convertido en un símbolo de la institución: la forman unos girasoles que giran sobre su tallo y pueden colocarse mirando a quien la sube, lo que suele hacerse cuando se celebra un acto solemne, como la presentación de cada nueva edición del Diccionario de la lengua española, presidida siempre por el Rey.
La espina dorsal de la RAE son los académicos de número. Son 46, incluido su director, y cada uno de ellos tiene asignado un sillón con una letra mayúscula o minúscula del alfabeto.
Cada candidato a la Real Academia, siempre por fallecimiento de otro académico ya que el cargo es vitalicio, debe ser presentado al menos por tres académicos de número y obtener la mitad más uno de los votos. Los académicos, dependiendo de su especialidad, se dividen en pequeños grupos llamados comisiones, como la de Vocabulario científico y técnico, Gramática, Ciencias Humanas, Información Lingüística, etc. Cada comisión elabora sus trabajos y los propone semanalmente en el Pleno.
Sillón académico tallado con la A mayúscula, asignada al lexicógrafo y doctor en Filología Románica, don Manuel Seco Reymundo. Rubén García Blázquez. |
Con indudable maestría resuelve Aguado su tarea en esta obra de corte historicista, que proyecta en un estilo neogriego puro y donde destaca su acceso principal, planteado a través de un pórtico exento de claro orden dórico; su frente tetrástilo (cuatro columnas) resalta sobre el fondo de una fachada de ladrillo rojizo muy cerrada, donde solo aparece un hueco a cada lado, para dar así a la entrada un mayor énfasis.
La sala de pastas |
Especialmente acertado aparece el ático de este edificio, que asemeja el friso de un entablamento dórico griego, en el que las ventanas cumplen la misión de ser triglifos y los medallones a sus lados la de ser metopas. Este ajustado ritmo compositivo se diluye en las fachadas laterales, donde existen abundantes ventanas enmarcadas en piedra.
Todos los jueves, religiosamente de 19:30 a 20:30, los académicos de número acuden a este Pleno. Si llegan antes, quizás tengan tiempo de leer la prensa, tomarse un café o charlar en la Sala de Pastas. En el vestíbulo del Salón de Plenos se encuentran los percheros, dedicados también a cada uno de los académicos y etiquetados por orden de antigüedad.
La Sala de Directores, |
En la planta baja los techos sin fin y la madera envuelven otra sala, decorada con los retratos de los directores de la RAE a lo largo de los siglos. En la primera planta se encuentran los legados de Dámaso Alonso y Rodríguez Moñino, dos exquisitas bibliotecas particulares que cedieron a la Academia y que suman cerca de 60.000 volúmenes. El Salón de Actos, que rezuma solemnidad, con las coloridas vidrieras dedicadas a la poesía y la elocuencia, es el escenario de las ceremonias de ingresos y las presentaciones de obras.
Entre todas estas joyas también se encuentra alguna curiosidad, como un fragmento de cráneo que, según decía la condesa Thora Darnel-Hamilton, era del mismísimo Cid Campeador y que Camilo José Cela junto a otros académicos regalaría en su 99 cumpleaños a Menéndez Pidal, gran especialista en la materia.
Hoy nadie ha podido certificar que este hueso pertenezca a don Rodrigo Díaz de Vivar, pero la Academia lo tiene expuesto en una vitrina porque el español no sólo se forja con los grandes relatos literarios, sino también con anécdotas como ésta. ¿O no usamos el mismo idioma al recitar un poema de Góngora que al pedir la vez en el mercado? Por este motivo no se me ocurre un lugar más enigmático para un escritor que la Real Academia Española.
Vista del Salón de Plenos |
A este magno edificio, iniciado en 1891, se trasladó la Real Academia de la Lengua en 1984. No obstante, Aguado no acaba ahí su obra y también diseña el bello pedestal donde se asienta la figura de la reina regente, obra realizada por Mariano Benlliure, notable remate para la solución urbanística que posee este espacio.
Bibliografía : http://revista.consumer.es
https://blog.esmadrid.com
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