"Cristo en el Mar de Galilea", obra de Eugene Delacroix, fue realizado en el año 1854 y con unas dimensiones de 59.8 × 73.3 cm. Se encuentra en el Walters Art Museum, Baltimore, Maryland _ Estados Unidos.
El tema de las fuerzas de la naturaleza es uno de los preferidos en el Romanticismo. Los hombres se ven perdidos en medio de la inmensidad del universo y no saben cómo salvarse en medio de una tempestad, se sienten ínfimos ante el mar y cielo colosales. Delacroix se sirve como pretexto de la parábola evangélica que narra cómo Cristo amansa las aguas tempestuosas calmando así los ánimos de los apóstoles.
Hay unos pocos artistas y escritores en la historia occidental cuya referencia constante y legado en las generaciones posteriores lejos de agotar su caudal, más bien su torrente en lo que se refiere a la capacidad de transmitir o contagiar fuentes de inspiración, lo han fortalecido y multiplicado de manera incesante. Se nos ocurren solo unos nombres: Shakespeare, Goethe o Picasso... En este Olimpo muchas veces está también Eugène Delacroix (1798-1863). Por su técnica pictórica pero también por su temperamento, su genio y por su «Diario» publicado en tres volúmenes, entre 1893 y 1895.
Delacroix es un gran teórico de la pintura. Dominándola hasta parecer que todo lo que salía de su paleta lo hacía no del trabajo incesante: pintaba 12 horas al día, su pincel corría por los lienzos mientras uno de sus amigos le leía «El Infierno» de Dante. Eran pruebas y errores, estudios y centenares de bocetos, llegó a hacer hasta seis versiones de «Cristo en el mar de Galilea». Él quería que su pintura pareciera solo surgir de la rabia y la locura, de la búsqueda y la pasión. De la soltura del genio.
Por encima de cualquier otra característica destaca la emoción, la fuerza o la audacia (como queramos calificarla) que ponía en sus obras. Para él, como buen romántico, la pintura era la mejor manera de reafirmar su individualidad y su sentimiento apasionado.
Todas sus obras están tocadas de un intenso dramatismo. Sus personajes se muestran agitados y en pleno movimiento. A menudo, como esta vez, están viviendo una tragedia. De sus obras emana mucha sensualidad.
Cristo en la tormenta de Galilea. 1596. Pieter Bruegel el Joven. |
El artista se implica en los hechos históricos que le toca vivir. En este caso no hay una referencia directa a esta característica, sin embargo. En 1858, ya al final de su vida, Delacroix alquila una nueva casa en el barrio de Saint-Germain-des-Prés para estar cerca de la Iglesia de San Sulpicio donde pinta su descomunal «Jacob y el ángel». Allí, en el número 6 de la Plaza Fürstenberg, invierte toda su ilusión en la decoración de la fachada de su estudio que diseña con una enorme cristalera bordeada con moldes de bajorrelieves clásicos que encarga en el Louvre.
La tormenta en el mar de Galilea. 1633. Rembrandt |
Como curiosidad esta obra fue robada en la madrugada del 18 de marzo de 1990. Los ladrones se disfrazaron de policías y robaron el cuadro y otras 12 obras de arte, en el que es considerado el mayor robo de obras de arte sin resolver de la historia. Hay una recompensa de cinco millones de dólares para quien pueda dar datos fidedignos sobre el paradero de estas obras.